Una médica del Centro de Salud de Utebo, un médico rural de Pina de Ebro y una pediatra de Zaragoza denuncian la precaria situación en la que trabajan para hacer frente al COVID-19. Sin pruebas fehacientes, con decenas de casos sospechosos y mucha “angustia” dan el do de pecho para seguir viendo pacientes.
Lo cuentan tres de ellos, desde sus respectivas consultas, mientras siguen atendiendo llamadas de pacientes con síntomas del virus, cuadros catarrales o alérgicos y otras patologías. “Hemos suprimido las consultas programadas y concertadas por las especiales características de esta pandemia. Tenemos solamente atención a Urgencias y casi un 75% de toda nuestra atención es telefónica, porque todo el mundo llama para decir que tiene fiebre, tos o malestar general… Hay mucha preocupación y miedo, pero con un poquito de tranquilidad y sosiego se resuelven estas consultas”, cuenta con entereza José Manuel Cucalón, médico de Atención Primaria en Pina de Ebro y vocal de Atención Primaria rural del Colegio de Médicos de Zaragoza.
José Manuel Cucalón, médico rural en Pina de Ebro
A juicio de este especialista, el principal problema para aquellos que trabajan “en primera línea de batalla” contra la pandemia -como dicen todos ellos- es la falta de equipos de protección y de pruebas diagnósticas que les ayuden a confirmar los posibles contagios del virus que tratan a diario.
“El material no es el adecuado para el coronavirus y eso te crea cierta angustia”
“Nosotros en Atención Primaria nos manejamos con mucha incertidumbre. Nunca hemos tenido pruebas para llegar a diagnósticos fehacientes, y aunque manejamos bien los síntomas de sospecha, la situación nos crea cierta angustia. Hablamos de casos y contactos sospechosos de una enfermedad vírica que puede ocasionar un contagio generalizado, que puede afectarnos a nosotros mismos y convertimos en personas que deberían ser tratadas. Esa duda, al no haber pruebas o test para profesionales sanitarios, te deja una angustia vital enorme”, confiesa este doctor, que tiene un cupo de mil habitantes y atiende entre 25 y 35 llamadas cada mañana. También ve de forma presencial a una media de diez personas en el centro de salud de Fuentes, y al menos un par en los domicilios, según consideran. “En la capital -reconoce- la cartera de pacientes se multiplicaría por uno o por dos”, advierte.
“Después de estar todo el día viendo pacientes, cuando llego a casa y abro la puerta… están mi esposa y mis dos hijas que me miran pensando si vengo infectado”
Al terminar su jornada, José Manuel, como el resto de sanitarios, tiene la incertidumbre de no saber si ha sido contagiado, pese a que están poniendo todos los medios que tienen a su alcance para frenar la curva. “Después de estar toda la santa mañana, de 8 a 16, viendo personas, cuando llego a casa y abro la puerta, están mi esposa y mis dos hijas que me miran pensando si vengo infectado o no… El material no es el más adecuado y eso te crea cierta angustia”, lamenta.
En su centro, asegura que cuentan con un solo equipo de protección individual (EPI) para atender los casos que llegan. Las batas son “deficitarias” y no tienen pruebas para detectar el virus. Tampoco calzas ni gorros homologados para ver pacientes en consulta o en los domicilios. “Si aquí tuviéramos que ir a las casas de tres o cuatro casos de infección, tendríamos un auténtico problema”, apostilla.
Para tratar de paliar la falta de medios, cuenta que desde hace más de 20 días se fabricaron sus propios equipos, en vista de la situación generalizada de desabastecimiento que les venía encima. “Nosotros mismos, más allá de la ciudadanía, hemos ideado delantales con bolsas de plástico. Aquí en mi consulta tengo uno por si tuviera que utilizarlo… Hemos creado también las famosas pantallas visuales para tener un par de urgencia y batas de plástico. No queríamos estar con una mano sobre la otra. Esto es voluntarismo; intentar poner un parche; porque asumimos que no es el material más adecuado ni siquiera el homologado para este tipo de problemas. Pero ante la escasez, nos arreglamos como podemos”, señala este médico. Su principal misión ahora mismo es detectar posibles casos, valorar si son leves o graves e intentar que todo aquel que pueda se quede en su domicilio, para no colapsar el sistema sanitario en los hospitales. “Tratamos de aguantar todo lo posible a nuestra gente con nosotros y ponemos toda nuestra voluntad en ello. El problema es que no se pueden hacer pruebas y, por tanto, no se asume con la misma entereza que si se hicieran”, manifiesta. Hasta el momento, entre una población aproximada de 2.500 habitantes, han detectado estos días entre 20 y 30 casos sospechosos de coronavirus. “Todo que sea catalogado como leve o moderado lo mantenemos en el domicilio; y si hemos derivado a tres al hospital, dos eran positivos. Seguramente tengamos más, pero no podemos certificar nada porque no tenemos pruebas para quedarnos tranquilos“, lamenta este médico.
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